PRIMERA PARTE: 1903
Capítulo 1
De entre las aguas cristalinas del mar de Andamán, afloraban más de ochocientas islas que rompían el perdurable turquesa del océano con todos los matices de verde que ofrecían las selvas tropicales.
Algunas de estas islas eran muy pequeñas y tan acantiladas, que solo los pájaros las visitaban. Otras se expandían por kilómetros más allá de lo que la vista alcanzaba y brindaban bahías tranquilas y playas blancas como la nieve.
―¡Tantas islas de entre las que escoger y yo tengo que permanecer aquí! ―se lamentaba Lorac mientras trataba de no pensar en el balanceo del barco.
Cualquier otra tribu se habría establecido en su isla favorita desde hacía siglos. La familia de Lorac, sin embargo, no pertenecía a una tribu común. Ellos eran moken: los nómadas del mar. Por eso era imposible encontrar a un moken en tierra durante la mayor parte del año: cada familia vivía en una embarcación de madera que para ellos representaba una unión mágica entre la selva, el cielo, el mar y la tierra.
A este humilde barco lo llamaban kabang y era tallado a mano por todo hombre moken que tuviera la intención de formar una familia. ¡Ninguna mujer aceptaría a un marido que no le ofreciera uno! Por suerte para los pretendientes, los kabang no eran muy grandes ya que se tallaban a partir de un único árbol, lo cual los hacía muy resistentes al no tener puntos de unión en el casco. Así que lo más difícil no era tallar el kabang en sí, sino encontrar un árbol lo bastante grande como para convertirse en la casa de una familia entera. La familia moken ideal consistía en un matrimonio con cinco hijos, ya que la tradición asociaba a cada uno de ellos con cinco animales en particular otorgados por orden de edad. Ese era el primero de los infortunios de Lorac: él era el sexto hijo de Saw y Ma Ma, el octavo miembro de una familia que debería haber sido de siete.
El primer hijo, San Win en el caso de Saw y Ma Ma, se asociaba con la tortuga más grande de la Tierra: la tortuga laúd, inconfundible por el parecido de su caparazón con el cuero negruzco. San Win se enorgullecía tanto de su animal, que se había tatuado la gigantesca tortuga sobre su ancha espalda.
Thu Zar, la segunda de los hijos de este matrimonio, no estaba tan contenta con su tortuga carey. La bellísima muchacha tenía un carácter tan fuerte, que todos decían que era afilada como el puntiagudo pico de su tortuga, cosa que hacía que Thu Zar se pusiera aún de peor humor.
La siguiente hija, Aye, estaba asociada con la tortuga boba, pero no os dejéis engañar por el nombre de su animal porque Aye era la persona más lista que Lorac conocía.
Después venía Tun Tun, el cuarto hijo, a quién le correspondía la tortuga verde: la única tortuga herbívora del planeta. Pero Tun Tun comía de todo y en grandes cantidades. En una ocasión, Khin ―la quinta de los hermanos―, le sirvió un plato repleto de algas crudas y él se comió el viscoso manjar haciendo reír a todos a carcajadas, y luego aún se terminó su ración de pescado. Si Khin le hubiese servido ese plato a Thu Zar, ¡se habría llevado las algas por sombrero!
La pequeña Khin era una niña muy tierna y amaba la naturaleza más que cualquier otro moken, ¡que ya es decir! Su animal era el dugón, la vaca marina más pequeña que existe, y ella saltaba de alegría cada vez que veía a este gordo mamífero marino que se parece a un manatí con la cola de un delfín.
Por último, estaba Lorac, el menor de los hermanos, el que no tenía ningún animal con el que asociarse por ser el sexto hijo. Así, se podría decir que incluso desde antes de que naciera, Lorac ya estaba un poco excluido de su comunidad. Pero este era el menor de sus problemas…

Los moken pasaban casi toda su vida a bordo del kabang circundando las aguas entre isla e isla. Tanto era así, que no era extraño que un moken naciera a bordo. De los seis hijos que Saw y Ma Ma habían tenido, Thu Zar y Khin habían nacido en tierra mientras que San Win, Aye, Tun Tun y Lorac habían nacido en el kabang.
Aunque el casco del barco solo tuviera un piso ―la cubierta―, era lo bastante ancha como para albergar a siete personas, más Lorac, en la historia que nos atañe.
Un tejado triangular sostenido por dos paredes que se apoyaban a babor y a estribor respectivamente, resguardaba una parte de la cubierta. Esto era lo único de lo que disponían para protegerse del sol y de la lluvia. Y allí, en ese pequeño espacio, la familia de Lorac se organizaba para su rutina diaria. En cuestión de minutos, reconvertían esos escasos metros cuadrados en una cocina, un dormitorio, un cuarto de aseo (aunque a juzgar por los distintos tipos de maquillaje que tenía Thu Zar, uno podría decir salón de belleza), un comedor o un taller de reparación de herramientas. Cabe decir, eso sí, que los moken eran gente sencilla. No querían más de lo que necesitaban y no necesitaban más de lo que querían. Eran un pueblo pacífico que vivía en harmonía con la naturaleza.
El kabang se propulsaba con una única vela cuadrada tejida con las largas hojas del árbol pandan. También tenía cuatro remos para cuando no soplaba el viento, pero casi nunca los usaban. No tenían prisa porque estuvieran donde estuvieran con su kabang, ya estaban en casa.
Para Lorac, sin embargo, el kabang era una tortura, una maldición, o como muchas veces pensaba, quizá era él mismo el que estaba maldito.
Extraído de Lorac de Neus Figueras. Derechos de autor © 2019 Neus Figueras.